Victoria Escalante
Las películas de ciencia ficción suelen tener una cosa en común: el paisaje urbano que proyectan. Vemos enormes edificios, infraestructuras apiladas y esquemas de movilidad absolutamente congestionados, vemos una ciudad donde el peatón queda chico, minúsculo ante la aparente pesadez de los edificios y de las múltiples capas que los conectan entre sí. Vemos ciudades en las que pareciera que la calle, el elemento más básico de la ciudad, ha desaparecido.
‘The Jetsons’ (dirigido por William Hanna 1962-63)
Todos conocemos esa escena en la que una nave viaja por entre edificios posados sobre pilares extremadamente angostos en una ciudad futura de caricatura. Así comienzan The Jetsons (Los Supersónicos) (1962), dibujos icónicos en los cuales se imagina la vida de una familia en el año 2062. La ciudad proyectada está plagada de un optimismo sencillo y esperanzado a las tecnologías futuras en la que la vida se desarrolla en altura; un optimismo propio de dibujos para niños. Imaginamos que la superficie de la tierra está totalmente ocupada y que tal vez es por eso que no alcanzamos a ver la calle. Imaginamos un esquema de movilidad libre, donde las carreteras son simplemente la limitación del espacio transitable. Imaginamos un futuro donde todo pasa a suficiente distancia del suelo para que éste parezca irrelevante.
Sin embargo, este futuro de dibujos en altura se vuelve aterrador al pasarlo por el filtro adulto de lo distópico. Tanto en Metrópolis (Fritz Lang, 1927) como en Brazil (Terry Gilliam, 1985), películas que formaron parte de la Sección Informativa de Ficción de FICARQ, vemos un negativismo desgarrador. Los edificios ligerísimos de Los Supersónicos se convierten en volúmenes gigantescos que dominan el paisaje mientras que la movilidad libre se convierte en congestión vehicular en las muchas vías, a distintos niveles y que conectan la ciudad. Viendo Brazil comprendemos porqué la familia Sónico nunca bajaba a la calle, pues se ha convertido en un espacio olvidado, marginado; se proyecta como un espacio sucio y obscuro. Con Metrópolis, comprendemos que esta segregación es a la vez física y social. Ambas son ciudades claustrofóbicas, totalmente fuera de la escala humana. Son ciudades en las que el concepto de peatón no existe. Son ciudades en las que el primer paso para deshumanizar a la ciudadanía es deshumanizar la ciudad. Mientras más nos acercamos a un futuro en el que predomina lo urbano, más posibles parecen esas ciudades.

Fotograma de ‘Metropolis’ (Fritz Lang, 1927)

Fotograma de ‘Metropolis’ (Fritz Lang, 1927)

Fotograma de ‘Brazil’ (Terry Gilliam, 1985)

Fotograma de ‘Brazil’ (Terry Gilliam, 1985)
Estas ciudades aterradoras, propias del imaginario distópico, son y serán fantasía. El tema está en lo humano, pues el componente principal de una ciudad no son las infraestructuras sino los habitantes. Ante la inminente posibilidad de estas ciudades, se agradecen todas las políticas urbanas que favorezcan al peatón y que humanicen el entorno. Definitivamente, no nos estamos acercando a la absoluta ciudad estratificada de Metrópolis, ni a la ciudad claustrofóbica de Brazil, ni a la ciudad aérea de Los Supersónicos. Estas agobiantes ciudades son imposibles, la ciudad no parece estar lista para perder el suelo, la calle, el peatón o la escala humana.