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Visitando el legado de Kafka en el cine: El Proceso de Welles y El castillo de Haneke

noviembre 28, 2016FicarqWebarquitectura, Artículos FICARQ, Cine

Carmen Ibáñez

La obra de Franz Kafka impacta, ninguna otra voz ha atisbado más claramente las tinieblas de nuestro tiempo, y el cine no ha estado al margen de este legado cultural y visual. El discurso cinematográfico ha recogido sus novelas, relatos cortos o cuentos y los ha plasmado en producciones audiovisuales siendo El proceso (1963) de Orson Welles y El castillo (1997) de Michael Haneke dos de las adaptaciones más notables. Pero el mundo de Kafka ha entrado dentro del imaginario común de la tradición contemporánea también gracias a películas que contienen elementos considerados dentro de la categoría de lo kafkiano. De este último grupo encontramos un extenso repertorio: Brazil de Terry Gilliam, Barton Fink de los hermanos Cohen, Eraserhead de David Lynch, Dead man de Jim Jarmusch, Copy Shop de Virgil Widrich, Sombras y niebla de Woody Allen e, incluso, Mon Oncle y Playtime de Jacques Tati.

Fotograma de ‘El Proceso’ (Orson Welles, 1963)

Aunque Kafka escribiera a su prometida Felice Bauer en 1913 que «la escritura y la oficina se excluyen mutuamente porque la escritura tiene su centro de gravedad en la profundidad, mientras la oficina está arriba, en la vida», la verdad es que las experiencias en la oficina, en la industria y en las salas de los tribunales eran el alimento literario que se depositaba en su imaginación y que afloraba en sus escritos: las montañas de expedientes que proliferaban en los armarios y cajones en El proceso y en El castillo y la muerte en la cantera en El proceso, o el aislamiento de un comerciante en La metamorfosis.

Los dos protagonistas de El proceso y El castillo son figuras del escritor, conscientes variaciones de su personalidad, pero aun así, son “tipos ideales”, europeos medios, en que los elementos de identificación han desaparecido. Incluso el nombre, siempre identitario, queda mermado a una inicial: K. No son textos autobiográficos, responden a la capacidad inaudita de construir signos mediante la modelación de hechos, acabando finalmente por carecer de un origen material. Son los personajes, y no Kafka como narrador, los que señalan en la oscuridad y los que nos permiten interpretar algo a través de su ignorancia entre las tinieblas que siempre aparecen allá donde se mire.

El proceso (The Trial, 1963) de Orson Welles

Fotograma de ‘El Proceso’ (Orson Welles, 1963)

El tratamiento del espacio en el filme de Welles desconcierta: estancias gigantescas, pasadizos engañosos e incontables puertas que acercan unas salas que deberían estar muy alejadas entre sí (el tribunal y la oficina de K., por ejemplo), techos demasiado altos o bajos, escenarios que aparecen y no regresan,… Toda esta desorientación se ve aumentada por el uso de la iluminación, de la profundidad de campo y de unos ángulos picados que convierten a muchos personajes en individuos totalmente kafkianos, en engranajes de un aparato mecanizado y opresor de una sociedad hiperburocratizada. El director también introduce cambios en la obra de Kafka, pero siempre dentro de las franjas que los espacios kafkianos, ya universales, dejan trascender.

Welles bebe del cine expresionista, de El gabinete del Doctor Caligari, de M, el vampiro de Düsseldorf, y eleva la arquitectura a la categoría de simbólica y la acentúa con fuertes contrastes. Pero la angustia de Kafka no proviene del tenebrismo y de los mundos desconocidos sino de la rutina, de la ambivalencia y de un desconcierto que no arranca. Bien lo sabe Welles al lanzarnos hacia una culpabilidad generalizada.

Fotograma de ‘El Proceso’ (Orson Welles, 1963)

El ciudadano medio y corriente Josef K. (encarnado por el psicótico Anthony Perkins) vive la angustia y la incertidumbre por el incomprensible, absurdo y laberíntico proceso que se lleva a cabo contra él. Una pesadilla, un proceso ya perdido de antemano; un culpable sin defensa, la Ley con las puertas cerradas.

La importancia del mensaje subyacente de esta adaptación queda aminorada por una puesta en escena que consigue, en su conjunto, rebasar a una simple adaptación cinematográfica para adquirir una entidad propia e independiente de la idea original de El proceso de Franz Kafka y plano a plano, los elementos realistas van desapareciendo hasta llegar a un espacio abierto, donde la pesadilla visual parece disolverse.

El castillo (Das Schlos, 1997) de Michael Haneke

Fotograma de ‘El Castillo’ (Michael Haneke, 1997)

La temática del extravío por un sistema que nos aísla pero que a la vez nos hace ceder mecánicamente ante él está en concordancia con otras producciones de Haneke, como pueden ser Funny Games o Caché. La principal característica de su propuesta cinematográfica es la fidelidad al texto original y la innovación que supone trasladar la historia y sus personajes a un pueblo presente, careciendo para ello de menciones externas, históricas o de referencias musicales salvo las notas de un acordeón, que acaban consiguiendo demostrar la atemporalidad inherente en la obra de Kafka.

El cineasta austríaco presenta la falta de racionalidad que vive el agrimensor en la aldea y, a su vez, el golpe de realidad que es llevado al extremo del absurdo presente en las obras de Kafka. La personal adaptación de la ilógica humana del andar sin progreso es su principal virtud y la austeridad fílmica permite articular un largometraje denso gracias a unos diálogos intrincados y unos espacios siempre asfixiantes.

Fotograma de ‘El Castillo’ (Michael Haneke, 1997)

Parecía acercarse hasta llegar a una curva. Aunque no se alejaba del castillo, tampoco se acercaba

La obra de Kafka está inconclusa y Haneke arriesga y no tiene reparos en introducir negros allí donde el manuscrito no llegó. Ello no es un impedimento para proponer el mismo final que éste: el desconocimiento de si la obcecación de K. por llegar al castillo obtendrá resultado. Pero, aunque no se haga ninguna sugerencia ni en el libro ni en el filme, tanto el lector como el espectador entrevén que es una empresa imposible e infinita. El castillo, cual quimera, nunca aparece en la película.

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