En la historia del cine existen determinados personajes con los que uno se encariña nada más verlos en pantalla, aunque no se tenga nada en común con ellos. Quizá por su torpeza, su ingenuidad o tal vez por la absoluta sinceridad con la que se mueven en sus respectivas tramas argumentales, lo cierto es que el espectador no puede evitar rendirse a determinados protagonistas tan entrañables como peculiares, sobre todo cuando estos se ven forzados a convivir con una tecnología que no entienden pero que, a la vez, no rechazan. El desconcierto con el que se aproximan a insólitos artefactos y artilugios tecnológicos suele provocar el caos e inverosímiles situaciones cómicas que terminan cautivando al espectador, incapaz de evitar sentir cierta empatía con lo que observa en pantalla. El asunto se intensifica aún más cuando la interacción entre un personaje entrañable y la tecnología más puntera se desarrolla dentro del ámbito doméstico: la casa mecanicista es capaz de poner a prueba la paciencia y el humor de cualquier usuario.
Las películas Mon Oncle (Jacques Tati, 1958) y Koolhaas Houselife (Louise Lemoine e Ila Bêka, 2008) son interesantes ejemplos de esta interacción entre el usuario y la casa tecnológica. Si bien en la primera, Monsieur Hulot despierta el caos más absoluto cuando interacciona curioso con los aparatos y gadgets que contiene la casa de su hermana –especialmente la cocina-, el caso de Guadalupe Acedo –una empleada del hogar en la Casa de Burdeos de Rem Koolhaas- no resulta menos particular. La buena señora es la encargada de las labores de limpieza y mantenimiento de la archiconocida vivienda, viéndose obligada diariamente a lidiar con una tecnología y unos elementos de diseño que no comprende y que, a la vez, dificultan considerablemente el desempeño de sus tareas domésticas (peldaños de superficie triangular, pequeñas ventanas circulares a distintas alturas, etc.).
Ni Monsieur Hulot ni la señora Guadalupe terminan de entender las ventajas de la vivienda tecnológica que visitan casi a diario y, sin embargo, tampoco la rechazan: tan solo se ven obligados a interaccionar, desconcertados y casi resignados, con un entorno doméstico que les es completamente ajeno. Ambos parecen aferrarse al modo tradicional de habitar el cual no tiene cabida ni en el nuevo espacio de trabajo –en el caso de la señora Acedo- ni en la casa de su hermana –en el caso de Monsieur Hulot-, ya que ambas viviendas representan la modernidad más radical de sus respectivas épocas. El humor parece ser la herramienta común con la que tanto Hulot como Guadalupe salen victoriosos de su contienda diaria con la vivienda tecnológica. Se trata de una predisposición cómica hacia una modernidad que no se comprende, alejándose de la evidente crítica severa y permitiendo que el espectador perciba desde otra perspectiva un entorno tecnológico que le es familiar, a la vez que es testigo de la tolerancia y el humor que impregna el enfrentamiento de estos personajes con un contexto inicialmente demasiado serio.
Tampoco es casualidad que en una secuencia de Koolhaas Houselife se proyecte una escena de Mon Oncle en la televisión del salón. Los directores de la primera, Lemoine y Bêka, confesarían que, en cierto sentido, Guadalupe Acedo podría considerarse una especie de hermana melliza de Monsieur Hulot. Por su parte, Rem Koolhaas nunca ha negado su fascinación por la producción cinematográfica de Jacques Tati. De hecho, en una entrevista que concedió con motivo del 50 aniversario del estreno de Mon Oncle, el arquitecto holandés confesaría abiertamente que su producción arquitectónica se había visto influenciada por la obra del cineasta galo.
Podrían enumerarse diversos elementos arquitectónicos de la Casa de Burdeos que prueban las palabras de Koolhaas y que recuerdan a la cinematográfica Casa Arpel (ventanas circulares, puertas mecanizadas, tratamiento de la escalera como elemento escultórico, saturación tecnológica, etc), pero más allá de elementos concretos, ambas viviendas son ejemplos de un determinado modo de habitar, una forma en la que la tecnología es el motor de la vida doméstica. No en vano, en ambas viviendas la máquina es el corazón de la casa: la plataforma elevadora en el caso de la Casa de Burdeos y la estancia de la cocina en el de la Casa Arpel.
A pesar de los 50 años que separan a ambas películas –Mon Oncle y Koolhaas Houselife- su vinculación merece ser subrayada. La existencia de pintorescos usuarios como Hulot o Guadalupe en espacios domésticos dominados por la tecnología invita al espectador a reflexionar acerca de su propia experiencia con la casa tecnológica, en un ejercicio que nos permite ser críticos de la mano del humor.