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La La Land: ciudad de cine y jazz

enero 30, 2017FicarqWebCine, Dirección artística, Fotografía

“Es otro día caliente y soleado al sur de California. La temperatura en el centro de Los Ángeles es de 29 grados y por la noche bajarán…”. Una emisora de radio nos introduce en la historia: estamos en el sur de California, inmersos en un atasco en una autovía cercana a Santa Monica Pier. De pronto, los conductores salen de sus coches y comienzan a cantar y bailar al más puro estilo de un musical.

Así da comienzo La La Land -La ciudad de las estrellas en nuestro país-, la nueva película de Damien Chazelle que ha conquistado a público y crítica cinematográfica a partes iguales, contando ya con varios Globos de Oro y partiendo como favorita para la inminente celebración de los Oscar. La historia narra no sólo una sencilla historia de amor, sino también la aspiración de los protagonistas por alcanzar sus metas personales.

Son muchos los factores dignos de reseñar, aunque si pudiera resaltarse uno en particular quizá sea el consciente ejercicio de poesía visual con el que está llevada a cabo. La lograda fotografía de Linus Sandgren –que forma un tándem con el elemento musical- produce un efecto de síntesis conceptual a través del dominio de los espacios y su simbiosis con los efectos lumínicos y de color . Así, si reparamos en cada fotograma, podemos llegar a extraer una nueva dimensión semiótica del film, en el que dicha ambientación materializa los conceptos más abstractos que vertebran la diégesis.

Este aspecto alcanza su punto álgido con la integración de lo onírico, enfatizado a través de tonalidades cromáticas como el azul o el marcado pictorialismo de la imagen. Así, el espacio fluctúa entre el realismo de la historia y las fugas hacia mundos de la imaginación y lo onírico, que dotan de una mayor simbología a cada secuencia.

Pensemos, por ejemplo, en el observatorio al que acuden los protagonistas (el observatorio Griffith, uno de los reclamos turísticos de Los Ángeles), edificio Art Déco cuya cúpula se decora con una pintura mural en donde se representa la bóveda celeste; iconografía pertinente para dar paso a una secuencia onírica en la que los protagonistas emprenden un nuevo espectáculo musical bailando en un cielo de estrellas ficcional [Fig.3]. Del mismo modo, a través del dominio de la luz se consiguen sucesivas rupturas de la verosimilitud fílmica: escenarios tan triviales como un cuarto de baño se convierten en escenarios improvisados para los protagonistas, oscureciendo la habitación y proyectando un solo foco de luz que alumbra a los personajes.

Pero, más allá del lirismo cromático y fugas oníricas que complementan y enriquecen la historia de amor que guía la narración, se torna insoslayable la alusión a determinados espacios arquitectónicos que traducen los deseos y aspiraciones de los protagonistas. Dichos espacios –que mayoritariamente son lugares reales de Los Ángeles- sustentan, a su vez, uno de los puntos fuertes de la película: el revisionismo de la cultura americana del pasado siglo; La La Land se presenta como un homenaje nostálgico a dos disciplinas que vivieron su época dorada décadas atrás: el jazz y el cine clásico de Hollywood.

Mia (Emma Stone) es una joven aspirante a actriz que trabaja como camarera en la cafetería de los estudios de la productora Warner. Partiendo de su admiración por el cine, serán reincidentes los guiños a la industria hollywoodiense; la secuencia musical acaecida en el apartamento de la protagonista es buen ejemplo de ello: al tiempo en que una de sus compañeras de piso se atavía con un pañuelo en la cabeza y unas grandes gafas de sol, imitando a las grandes divas de la Edad de Oro del cine de Hollywood, se inicia un travelling que parte del dormitorio de la protagonista y recorre la casa. Así, su habitación se decora con un inmenso mural de Ingrid Bergman y pósteres de El gato negro (Albert S. Rogell, 1941) y Los lirios del valle (Ralph Nelson, 1963), entre otros.

Las referencias cinematográficas continúan a lo largo del film: “Por esa ventana se asoman Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca” le cuenta a Sebastian (Ryan Gosling) cuando salen de la cafetería, señalando hacia el edificio que tienen enfrente. Encontramos ahí una de las alusiones más explícitas, junto con el fragmento proyectado de Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955) cuando estos van al cine, pero también existen otras más sutiles como el gran mural You are a star que decora la entrada del club Lipton, situado en la Avenida Wilcox, que representa a las estrellas de Hollywood viendo una película.

Por su parte, Sebastian es un pianista poco exitoso, pero apasionado por el jazz hasta el punto en que sueña con abrir su propio club. A través de él, Damien Chazelle consigue proyectar su propio interés personal por la música, intensa interacción entre las artes a la que nos viene acostumbrando en películas y guiones previos –Whiplash (2014) o Grand Piano (2013)-.

“El jazz nació en una pensión de mala muerte en Nueva Orleans y la gente amontonada ahí hablaba cinco idiomas distintos. No podían hablar entre sí, su única forma de comunicarse era el jazz”. Así trata de explicarle Sebastian a Mia la trascendencia de este movimiento, mientras observan a un grupo de músicos tocar en un local. De esta forma, se suceden a lo largo del film una serie de locales y clubs musicales como The Lighthouse Cafe (un café a las afueras de Los Ángeles) que nos sumergen a los mismos orígenes del Jazz : confluencia de culturas, ritmos y formas de vida que se concentran en la localización espacial de tales recintos y definen en profundidad al protagonista, al tiempo en que se le rinde homenaje al género musical –recordando, en parte, a la serie televisiva de la HBO Treme (David Simon, 2010).

Finalmente, es interesante advertir una contraposición reincidente a lo largo de la película: tal y como tales espacios arquitectónicos -así como su atrezzo- definen personal y profesionalmente a los personajes, se proyectan otra serie de lugares que resaltan su desvinculación con la situación inicial de la que parten ambos protagonistas. La fiesta a la que acude Mia persuadida por sus compañeras se celebra en una suntuosa mansión con piscina que evoca las grandes fiestas de la época dorada de Hollywood –Woody Allen rodaría en un ambiente similar su última película, Café Society (2016)-. Éxito, fama y lujo que evidencian la desconexión de la protagonista con el lugar. Ocurre lo mismo en el caso de Sebastian, condenado a trabajar en restaurantes y clubs sofisticados en donde no puede desarrollar su talento como pianista de jazz.

En definitiva, en La La Land asistimos a un ejercicio de lirismo y síntesis conceptual en donde cada recurso responde a un deseo de narratividad global. Así, arquitectura, juegos de luces y sombras y cromatismo enfatizan las pulsiones internas de los protagonistas a la par que revitalizan el género del musical y lanzan continuos guiños cargados de nostalgia hacia la cultura americana del pasado siglo.

“Es otro día caliente y soleado al sur de California”, hace un día perfecto para tomarse una copa en el Seb’s.

 

 


 

 

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