Estas pasadas navidades nos ha dejado Gil Parrondo, figura indispensable del cine español, y que, sin proponérselo, se convirtió en la chispa inspiradora para el FICARQ, que quiere rendirle un humilde homenaje con este post.
El trabajo de Gil Parrondo comienza en 1939, después de haber estudiado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y después de haber sobrellevado la guerra gracias al cine (según sus propias palabras en una entrevista de 2012*). Pronto se encontraría bajo la tutela de Siegfried Burmann, decorador alemán afincado en Madrid, que desde el 43 hasta el 53 le regalaría diez años de aprendizaje, y con quien afianzaría la vida que estaba por llegar.
En la misma entrevista de 2012, Gil recuerda esos años con una felicidad increíble que le proporcionaba poder trabajar en el cine, y defiende que le sirvieron para “aceptar la disciplina con gusto y sin dolor”. Esta filosofía, la de amar el trabajo y que fuera un placer, marcaron su actitud ante la vida, que no fue otra que la del amor por las cosas que su mente y manos creaban y por aquellos que le rodeaban.
Ajeno a los cambios que el cine americano intentaba ejercer sobre el concepto de decorador, que iba reemplazándose por el de diseñador de producción, su trabajo sigue en 1954 con Orson Welles en Mr.Arkadin (Orson Welles, 1955), paso definitivo para que Hollywood llamara a su puerta en la figura del productor Samuel Bronston, que tras adquirir varios estudios de nuestro país, le permitiría trabajar en las inolvidables producciones de El capitán Jones (John Farrow, 1959), Rey de Reyes (Nicholas Ray, 1961), El Cid (Anthony Mann, 1961), 55 días en Pekín (Nicholas Ray, 1963), y La Caída del Imperio Romano (Anthony Mann, 1964).
Es en estas grandes obras, que lograron reunir a equipos de arte nunca antes vistos en nuestro país, cuando Parrondo puede desarrollarse en unos decorados enormes y que difícilmente pueden repetirse. Las ciudades de Pekín y Roma que se crean en los estudios Bronston, así como la Aqaba de Lawrence de Arabia (1962), y la Moscú de Doctor Zhivago (1965), ambas de David Lean, ponen de manifiesto el amor por el detalle, con decorados en los que se debía diseñar hasta los pomos de las puertas, en un trabajo similar al de un arquitecto.
El reconocimiento internacional por su trabajo llegaría con los Oscars por Patton (1970) y Nicolás y Alejandra (1971), ambas de Franklin Schaffner, y una tercera nominación por Viajes con mi tía (George Cukor, 1972). En las dos ocasiones que fue premiado con el galardón, no pudo acudir a la entrega porque estaba trabajando, a tal punto llegaba el amor por su oficio, y sus ganas de pasar discreto, algo que queda claro viendo su obra y la pasión que destila en cada registro que podemos encontrar de él por la red.
Al preguntarle por alguno de sus trabajos favoritos (en la misma entrevista introducida con anterioridad), recordaba con cariño los escenarios para Tiovivo c.1950 (José Luis Garci, 2004), una de sus más importantes películas, en la que pudo trabajar en plató como en sus inicios, creando escenarios desde cero. Así pues, las taquillas del metro, el café, la sala de baile y el banco presentes en dicha cinta forman un conjunto de espacios construidos y decorados para la ocasión que le llevaban a recordar el principio de su trabajo con esas grandes producciones en las que ser un arquitecto cobraba todo el sentido.
Gil Parrondo es una figura indispensable para entender la unión entre arquitectura y cine, que deja un legado de referencias y motivaciones, de aprendizaje y buen hacer. Escuchándole en entrevistas y otros registros destila pasión por el detalle y lo pequeño, que tanto aporta al conjunto de la imagen que se nos regala, y que conforma junto a sus espacios, escenarios creíbles para los personajes. También deja tras de sí un canto a la humildad, al trabajo bien hecho por el simple placer de realizarlo y a la satisfacción personal que comporta:
“Cuando alguien diseña un decorado, que no crea que va a ser lo más importante de la escena, debe ser un complemento (…) un fondo que no altere la acción”
Gil Parrondo
Es de agradecer su pasión, su forma de transmitir y su forma de mirar. Sirva este pequeño texto para honrar su memoria, y para enaltecer su trabajo como arquitecto de esos mundos que nos ha regalado al otro lado de la pantalla, y que quedan para atestiguar su historia.
Documentación:
Trujillo, Miguel Ángel. (2013). Gil Parrondo, desde mi ventana. España. TVE
Guillén Cuervo, Cayetana. (2012). Versión española (entrevista). España. TVE
ENTREVISTAMOS a Ana María Álvarez Muriel y a Pablo Pinedo ….
El FICARQ se diferencia de otros festivales de cine por la importancia que se da a la dirección de arte y a la arquitectura, resaltando los espacios y los escenarios en su relación con la acción. Gracias al trabajo que realizó junto a Gil en estos aspectos del cine en películas como La herida luminosa (José Luis Garci, 1997) y El abuelo (Garci, 1998), Ana María Álvarez Muriel se vio inspirada a crear este festival que pone de manifiesto ese tipo de relaciones.
Aprovechando este homenaje y la importancia de su figura para la misma existencia del festival, hemos querido realizar a Ana María algunas preguntas para conocer a través de sus ojos a Gil y su obra. Coincidimos también con el actor Pablo Pinedo, que nos aportará su visión sobre la dirección de arte:
Ana, dado que Gil fue una gran inspiración para fomentar la creación del FICARQ, ¿Qué la llevó exactamente a querer defender la dirección de arte en el cine?
A mí la pasión de unir cine y arquitectura me nace directamente al trabajar con Gil y Garci en La herida luminosa. A pesar de que desde los 14 años quería dedicarme al cine, fue al trabajar con ellos y con Julián Mateos, el atrezzista de Parrondo, cuando me di cuenta de que la dirección de arte quedaba muchas veces en segundo plano en los festivales de cine. No había un foro en el que se unieran las personas que se dedican a ello, y la idea inicial era la de crear un punto de encuentro que permitiera generar debate al respecto.
Y es que, a pesar de su éxito, Gil Parrondo no es un personaje muy conocido de nuestro cine.
Es que muchas veces no damos la importancia que se merece al cine nacional, y en este caso, teniendo en cuenta lo desapercibido que puede pasar Gil, fue el primer español en lograr dos Oscars.
¿Cómo fue el trabajo con Gil? ¿Con qué enseñanza se quedaría?
Recuerdo con mucho cariño ir a localizar con él en Oviedo, mi ciudad natal; cuando estábamos en una localización mandaba construir sobre los espacios que elegía, todo con mucha seriedad, minuciosidad y mucha humanidad con todo su equipo. Pero si tuviera que quedarme sólo con una enseñanza sería su autenticidad como persona, era un gran profesional sin «abusar de su uso».
Te llenaba con su magia traspasando esa barrera de la profesión, haciéndote dar pasos hacia adelante, y dándote ganas de sumergirte en tu trabajo. Te enseñaba disciplina y buen hacer, pero sin autoritarismo lo que nos generaba autoconfianza dando lo mejor de nosotros mismos.
Para lograr esa capacidad de construir en las localizaciones, ese buen hacer en la dirección de arte, ¿es necesario ser arquitecto?
El director de arte es, al final, como el arquitecto de la película, no necesariamente tiene que tener esa profesión, pero adquiere responsabilidades similares: acentúa, matiza, hace la película creíble; y es que las películas no son atemporales, necesitan toda esa documentación y esa construcción.
Los actores ponen la química con su interpretación, la música ayuda, el director dirige, pero la dirección de arte acentúa toda esa intensidad, toda la acción se vuelve emoción: el color, la textura, el porqué de los decorados que vemos, y cómo consiguen que cambien el tiempo, convirtiendo en creíbles las localizaciones.
Pablo Pinedo, desde el papel de actor, ¿cómo es la experiencia con esos decorados que se construyen para el cine?
En el cine todo se relaciona, el director dirige y cada sección aporta lo suyo y al final, todo funciona y todo sale a la vista del espectador, que se maravilla. Como actor, cuando llego a los sets de rodaje, aún me sorprendo con alguno, y en otros todavía me emociono. Todo eso es gracias al trabajo de toda esa gente inmersa en organizar esa producción; es una maravilla llegar a un decorado, a un rodaje, y ver que todo tiene su granito de arena para que sea un lugar distinto y creíble.
Creo que la tarea del director de arte es muy difícil, es toda la cabeza pensante detrás de lo que se ve en la película. Como comentaba Ana, en el cine la figura del arquitecto como tal no existe, pero sí que está esa persona que representa al jefe de una obra, el que diseña, el que decide…y luego hay aparejadores que dirigen. El director de arte organiza, piensa, decide, se reúne con todo el equipo y manda «construir».
¿Alguna vez se ha sentido en un decorado como si fuera un espacio irreal, sabiendo que era ficticio?
Para nada. Recuerdo que en mi primera película, El milagro de P. Tinto, la dirección de arte de César Macarrón era increíble. Y es que desde dirección de arte realizan hasta el mínimo detalle, hacen tal trabajo que ese escenario es totalmente real, son como magos, sacan de debajo de la manga cualquier cosa. En un rodaje, si hace falta cualquier elemento, se le pide al departamento de arte y es que consiguen esa pieza que te saca del apuro: que la cámara vea algo, o al contrario, que se tape algún hueco que en el espacio quedaba vacío. Ayudan a imaginar a todos los demás, a plasmar lo que tenemos en la cabeza.
…
Después de conversar sobre la importancia de la dirección de arte, el papel de Gil Parrondo en la historia de nuestro cine, y la grandeza de esos mundos al otro lado de la pantalla, sólo me queda agradecer a ambos los comentarios sobre Gil y su visión respecto al papel de la dirección de arte y sobre esas arquitecturas que construyen películas. Que nunca nos falten esa motivación y esas ganas de crear.