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A propósito de un autobús, transexualidad y el espacio hopperiano

marzo 22, 2017FicarqWebarte, Cine, Dirección artística

Son noticia los últimos acontecimientos acerca del autobús tránsfobo de «Hazte Oír» que ha recorrido las calles españolas y oportuno se presenta el ciclo de cine del mes de marzo de la Filmoteca Española, organizado por el nuevo director adjunto y aclamado crítico de cine Carlos Reviriego para recordarnos las estrechas sinergias que fluctúan entre el cine y la vida. La programación de la Filmoteca durante este mes de marzo se completa con un ciclo monográfico sobre el cine de Pedro Almodóvar y, curiosamente, dicho ciclo dió comienzo con la proyección de La ley del deseo (1987).

La historia de amor entre Pablo (Eusebio Poncela) y Antonio (Antonio Banderas) vertebra una trama que se completa con la presencia de Tina (Carmen Maura), una mujer transexual tratada en el film con tal naturalidad que, a tenor de los recientes acontecimientos, parece querer demostrarnos que avanzar en el tiempo no es sinónimo de progresar. La rueda de prensa con el director, la actriz Carmen Maura, autoridades políticas varias y periodistas ya reparó en ello y no faltaron alusiones y relaciones entre el Madrid de entonces y el de ahora. Pero La ley del deseo es mucho más y, tras ser rescatada de nuevo, merece la pena abordarla desde múltiples perspectivas.

Esta película pone de manifiesto la insoslayable imbricación entre el cine y la pintura, una constante en la concepción y creación cinematográfica del manchego, sin duda marcada por los preceptos de la Posmodernidad y términos como el pastiche, la hiperreferencialidad cultural o la multiplicidad de significados. Todo ello, en el caso concreto deLa ley del deseo,encuentra su lugar ligado a la obra del pintor americano Edward Hopper (1882-1967).

Debemos tener presente que Hopper estuvo muy influenciado por la pintura decimonónica francesa, pionera en plasmar los modos de vida de los albores de la modernidad. Tomando para sí la iconografía de cafés, espectáculos y una burguesía ociosa, el artista retrataría en sus obras a la sociedad americana de la primera mitad del siglo XX. Además, su acusada cinefilia –imprescindible para comprender su concepción artística-ocasionaría una retroalimentación multidireccional entre su producción pictórica y la cinematográfica de autores como Alfred Hitchcock (1899-1980); de ahí que Hopper sea conocido como el “pintor de la era del cine”.

De esta forma, la producción artística de este quedará recogida en La ley del deseo a través de diferentes registros. Uno de ellos, quizá el más explícito, es la inclusión directa de su obra como attrezzo: el apartamento de Pablo se decora con un póster de Nighthawks (1942), toda una declaración de intenciones por parte del director.

Precisamente, este guiño a obras concretas de Hopper se pone en relación con el siguiente nivel de referencialidad: el tableau vivant. La disposición de objetos, lugares y personajes imitando obras artísticas precedentes –uno de los entretenimientos decimonónicos por excelencia- irrumpe en la pantalla en diversos momentos en los que, capturando el fotograma preciso, nos topamos con auténticas trasposiciones de las obras de Hopper.

Uno de ellos lo hallamos en la escena del acantilado donde acontece uno de los momentos más dramáticos de la película: el faro de Trafalgar es escenario de la tragediay evoca a las distintas series de faros que obsesionaron al pintor durante sus inicios. Además, esta secuencia de La ley del deseo precede a una escena crucial en el acantilado cuyo tratamiento perspectivístico recuerda, igualmente, a otra de las obras tempranas del artista: Mar de Onguquit (1928).

Sin embargo, la referencia por excelencia del film, tratándose de una de las imágenes más recordadas de la filmografía del cineasta, está en consonancia con la obra que anunciábamos previamente. Una toma de los protagonistas cenando en la mítica y ya desaparecida cafetería Manila de Madrid evoca al ya citado Nighthawks (1942); reminiscenciaque va más allá de los aspectos formales y dota de significado a la imagen.

El carácter que otorga Hopper a sus cuadros de tiempo ausente, de espera y ausencia de movimiento carga de narratividad suspendida a la obra y obliga al espectador a imaginar los acontecimientos que rodean a la imagen. Este factor concede a su pintura un fuerte componente diegético que le sirve al cineasta para partir de ella e imaginar una plausible historia. Sentimientos de melancolía y extrañeza –que, por otra parte, abundan en los retratos de mujeres en cafeterías del pintor y que va a fagocitar Almodóvar para caracterizar a sus paradigmáticos personajes femeninos- reflejados en el bar, los clientes aislados por la cristalera y las calles vacías.

El último de estos niveles de referencialidad lo encontramos en la influencia indirecta, en la trasposición de técnicas y recursos empleados que, si bien podrían no aludir a una obra concreta, su influencia es indefectible. Puede destacarse, por ejemplo, la influencia tanto a nivel compositivo –pensemos en la predilección del pintor por reflejar interiores vistos a través de ventanas, recurso compositivo recurrente en el cine de Alfred Hitchcock y que retomará Almodóvar-, como a nivel conceptual –las plantas artificiales de la terraza del apartamento, de aire naif, constatan un desinterés por la representación realista, al igual que ocurre con la concepción lumínica artificiosa del pintor-.

Finalmente, Almodóvar pareció encontrar en la obra del estadounidense toda una serie de recursos idóneos para reflejar fielmente el Madrid de finales de los ochenta y así fue puesto de manifiesto por el propio director el año en que se estrenó la película:

“Espero que a Edward Hopper le guste cómo Ángel Luis Fernández ha fotografiado Madrid. A La ley del deseo le va bien la luz cegadora del verano (y sus sombras). También le va el calor; el brillo del sudor y la atmósfera asfixiante del bochorno veraniego. He querido que Madrid sea el recipiente de todas las historias que forman el carrusel de pasiones de La ley del deseo.

[…]

«Madrid es una ciudad vieja y experta, pero llena de vida. Ese deterioro cuya restauración parece interminable representa las ganas de vivir de esta ciudad. Como mis personajes, Madrid es un espacio gastado al que no le basta para tener un pasado porque el futuro le sigue excitando”

Espacio gastado el de un Madrid que tiene resaca de la Movida, que está desencantada con los aires de cambio que se le exigían a la neonata democracia y unos personajes cansados; al igual que una sociedad americana tocada por el Crack del 29, por su participación en la Segunda Guerra Mundial y la consiguiente Guerra Fría. Personajes en conflicto con ellos mismos y con el mundo que les rodea, con las relaciones tóxicas, la búsqueda de uno mismo y con la caída de la burguesía. Sentimientos encerrados en pinturas cinematográficas… y en fotogramas pictóricos.

 


 

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